lunes, 26 de septiembre de 2016

Adagio para tres (Multiautor)



ADAGIO PARA TRES



IVANNA

El sonido de la tarima por primera vez no erizaba mi piel al escuchar mis pasos sobre ella, no esta vez, mientras me precipitaba en una de las salas de la escuela de danza donde nos habían citado. Mi furia y frustración eran equiparables a mis ganas de estrangular al director. ¡Maldito y mil veces maldito! ¿Cómo se atrevía?

Ni siquiera me sentía a salvo de aquel imbécil en el lugar donde más segura y feliz me sentía. Yo, Ivanna Petrov, una de las más grandes principales no podía estar pasando por esto. ¡A mí que se me comparaba con la gran Maríe Taglioni!

Sabía que me mandaría buscar, estaba segura de ello. Una vez que llegaran las otras dos: Sasha Gusev y Natasha Orlov. Las tres éramos la gran referencia del ballet.

Ser principal en un escenario es el sueño de todos los que nos dedicamos con fervor a la carrera.

Tenía que aceptar a regañadientes que mis dos compañeras y yo era lo único que teníamos en común. Sasha tenía unas maneras que la hacían ser rebelde en su interpretación, para mi gusto, no se tomaba el ballet como debería ser. Natasha, la tímida y cándida Natasha, padecía de ataques de pánico un momento antes de salir a escena, pero su ejecución…. Podía ser sublime.

Yo, amo el ballet desde que recuerdo. No hay mayor placer, no hay más grande pasión que esa. Para mí, la disciplina era lo primero, no me gustaba confraternizar con nadie. ¿Para qué? No tengo ese tiempo ¿Por qué insistían en unir a tres mujeres que no teníamos nada que hacer en común?

Escuché como Erika, una joven bailarina española me llamaba. No soportaba que me quisieran manipular. Vi un armario y me dirigí corriendo a el, asegurándome de que no me pudiese encontrar. Dejé abierta solo un poco la puerta, lo suficiente para asegurarme que se rendiría y me dejara sola.

—¿Señorita Petrov? —la joven morena entró al salón buscándome—¿Ivanna?

—Aquí estas… —Una voz varonil de barítono asustó a la estudiante haciéndola girar y sonreír. Pude percibir un color sonrosado en sus mejillas. Genial, ahora iba a tontear.

—Andrés… —gimió al escucharlo.

—No me gusta que me dejen a medias, preciosa. —el hombre por fin apareció en escena.

Era alto de cabello rubio, bastante alto, aunque si se compara su altura con la de una bailarina, cualquiera puede resultarlo siendo. Vestía unos tejanos negros y una camisa que se pegaba a su cuerpo musculoso. Sí, seguro era el típico guaperas bueno para nada que atontaba a cualquier mocosa.

—Tenía que… —se disculpaba Erika a la vez que el la atrapaba entre sus brazos.

—Tendrás que arreglar lo que has hecho. —El posó sus manos en el trasero de la debutante.

¡No me lo podía creer! El muy cerdo estaba… estaba…

—Ahora no… —La muchacha lo intentó alejar con sus brazos en el pecho.

—Ahora, sí. —El tono autoritario, ronco y sensual se coló incluso en mi piel, al mismo tiempo que ese tipo la besaba con demanda.

Ella gimió perdiéndose entre sus brazos, permitiendo que las sucias manazas de… ese… ese patán vagaran por su cuerpo. La elevó por la cintura como si no pesara nada, y ella lo abrazó con sus piernas. Avanzaron unos cuantos pasos hasta que ella sintió la barra en su trasero. Ahí el la soltó con suavidad haciendo un repaso de su cuerpo al bajarla al suelo.

Ese era el momento de salir, de dejarlos en evidencia. Pero no podía, por alguna extraña razón, estaba ahí, observando como estúpida, una escena que no debería estar sucediendo en el santuario a la danza.

—Quiero que mires lo que voy a hacer, apréndelo bien, porque lo voy a repetir. Y te va a gustar. —Advirtió como si el supiera que había alguien más en la habitación. Su voz era candente, en tonos bajos que acariciaba con ella cada poro de la piel, despertando sentidos.

La bailarina asintió permitiendo que él le bajase los leggins que cubrían su cuerpo.

—Así me gusta, que no uses bragas… —le dio una nalgada.

—¡Me las robaste! —Se quejó sin mucho convencimiento—, cada vez que me vez, me las robas.

—Son mi pago, preciosa. —sentenció el desconocido bajando a la altura del trasero de la chica.

Ella gimió en el momento en que el metió su cara entre sus glúteos. Y yo, yo me quedé viendo horrorizada como ese hombre manejaba como un títere a esa que tenía que estar buscándome.

¿Por qué no salía y le asestaba la ostia que se merecía? ¿Qué demonios me mantenía como una observadora?

No me interesaba el sexo, el goce de la carne no lo entendía del todo, era un acto repulsivo que robaba la concentración. Y sin embargo, ahora, ahora era como sentirle en esa zona. Podía escuchar hasta aquí como resollaba, y podía imaginar donde estaba esa lengua, esa boca…

Mi cuerpo lo sentía caliente, jamás había despertado de esta manera. Negué intentando apartar la fiebre que se manifestaba en partes de mi cuerpo que no tenían permiso. Y él seguía en el sexo de la mujer que por un momento anhelé ser yo.

No sabía cuáles eran sus gemidos o los míos, lo que sabía es que no podía apartar mi vista de aquella escena. El movía ya su mano entre las piernas de la muchacha, ascendía sin dilación hasta llegar a ese mismo punto donde su lengua probaba su sabor.

—Oh sí. —chilló Erika, aceptando la caricia furtiva y enfebrecida.

La misma que yo anhele para mis entre mis piernas. Cerré los ojos negando aquella situación. No, tenía que salir de ese aturdimiento en que ese hombre me estaba sometiendo. No era ella. Era él y su dominio al hacer.

—Mírame. —La voz masculina ordenaba y como si se dirigiera a mí, abrí los ojos—, no te pierdas nada.

Dio un azote al blanco trasero y volvió a emplearse a la tarea, esta vez su lasciva lengua recorría todo su sexo hasta llegar a su ano. Tragué saliva.

—Acaríciate para mí. —pidió esta vez en tono suave.

Erika se quitó la blusa dejando al aire libre sus pechos, los que comenzó a masajear a pellizcar los pezones mientras gemía y se movía casi al ritmo de la cabeza del demonio que me estaba seduciendo sin él saberlo.

Por instinto subí mi mano diestra a mi pecho y me encontré con mi pecho hambriento, sediento de necesidad por unas manos que lo tocaran; por una boca que le acariciara. Mi mano sustituyo ese anhelo, me acaricié por primera vez, jugué con los pezones ambicionando más.

—Eso es… —Alentaba el mismo Lucifer a la inocente bailarina.

Él se puso de pie, tomó su mano y la llevo a su entrepierna.

—¿Ves lo que haces? —Bajó a uno de sus pechos que metió en su boca—, alívialo, por favor.

La joven se puso de rodillas, se ocupó de liberar lo que tanto ofrecía. Tomó en sus manos su miembro. Cerré los ojos, no quería ver, no necesitaba ver un acto tan repulsivo.

—Mírame… —Nuevamente ordenó—, quiero que lo hagas mientras me la chupas. Quiero que no apartes tus ojos de mí.

¿Era un encantador de serpientes? Seguro que lo era, porque yo abrí los ojos y no pude apartarlos ni queriendo. Erika ya tenía dentro de su boca el duro falo, la escuchaba atragantarse, y lejos de retirarse parecía que necesitaba más de él. Sus miradas no se apartaban, él sonreía con lujuria, entrando y saliendo ensalivado, su cara era de total éxtasis, y quería ser yo la que se lo diera.

Ese placer que jamás había imaginado dar, ahora deseaba otorgarlo. Quería probar la tiesa carne, que me mirase como la miraba en ese momento a ella.

—Chupa mis huevos —pidió ofreciendo esa zona a la mujer que sin dudar se los metía en la boca.

¿Por qué no se sentía humillada? Maldita sea, ¿por qué seguía observando? Mi cuerpo estaba hambriento, lo sentía y no podía llamarlo de otra forma, cuando lo que necesitaba era que me llenasen. Que me dieran el alivio que requería.

Mi mano se dirigía a mi sexo, la contuve. No, yo no era de esas. ¡Jamás lo sería! No caería en ese juego. Mis pulmones apenas y podían inhalar, sentía mi corazón latir con fuerza y un dolor sordo en todo mi cuerpo.

—Vamos a jugar —declaró el desconocido poniendo de espaldas a él a Erika—. Yo te la meto y tú procuras estar calladita. ¿Crees que lo lograrás?

—¡Sí! —Gimió la mujer en el justo momento en que era embestida de una estocada.

Ahí comenzó una danza de cuerpos a un ritmo acelerado, el entraba y salía con premeditada velocidad. Ella se sujetaba de la barra con fuerza. Gemidos, gruñidos, el sonido sordo de la carne al chocar con la carne era la sinfonía que generaban y de la cual me sentí por primera vez como una observadora, no como una primera entre las primeras.

Mi cuerpo se movía sin poderlo contener, gemía a la par que ellos, sentía mis muslos mojados por primera vez, estaba delirantemente caliente. Y por fin llegó el culmen de aquellos que no sabían que yo miraba. Ella gimió y el gruño un momento antes de salir de su interior y bañar a chorros con leche espesa su trasero.

—Vete de aquí —ordenó él una vez más, después de darle un beso en los labios—, ya me encargo de buscar a la “Primadonna”.

Ella se vistió y salió. Yo me recargue en el fondo del armario tratando de sostener mi cuerpo, necesitaba que el retumbar de mi corazón se calmase. Trataba de no hacer ruido, de que no se dieran cuenta de las cosas. Escuché pasos alejarse y di un paso hacia atrás chocando contra material que guardaban en esa zona, el ruido lo pude contener o por lo menos eso lo pensé aunque no lo logré.

—Espero que lo hayas disfrutado, señorita Petrov. —Las puertas del armario se abrieron y ahí estaba el, con sonrisa ladina, lobuna y recorriendo mi cuerpo de arriba abajo.

Lo odié, lo odié tanto como jamás lo había hecho con nadie. Elevé mi rostro con toda la dignidad que tenía, y cuando tenía la respuesta justa escuché a Víctor Pavlov, el asqueroso que me tenía en esta situación tras él.

—La has encontrado. Me alegra teneros juntas. Su majestad… ¿Podrías unirte a nosotros?

Me eleve lo alta que era y salí empujando al gigante que me cortaba la salida, ni siquiera me molesté en verlo. Ahí, frente a mi estaban ellas.

—Mis princesas —la voz irónica y odiosa del director de la compañía sonaba burlona— Giselle, —miró a Sasha— Aurora —esta vez sus ojos se dirigieron a Natasha— Odette— reconocí la miraba que me dirigía una vez más. No me gustaba, no me gustaba nada estar aquí y estaba segura que a ellas tampoco—, mis frígidas princesas. A partir de hoy y hasta dentro de tres semanas estarán a las órdenes de una persona que se encargará de sacar la pasión que de verdad tienen. Sus métodos no me interesan, siempre y cuando me entreguen lo que se requiere de vosotras.

Ninguna habló, nuevamente nos ponían un reto. Yo sentí que el orgullo volvía a imponerse. Ese gusano no podría contra mi fuerza de voluntad. ¿Frígida? Me permití un momento de mirar al extraño que en ese momento nos observaba serió, como si nos analizara.

—Os dejo con la única persona que podrán confraternizar, Andrés…

—Ya me presento yo, pero no ahora, señoritas, vuestras habitaciones están en la primera planta. Yo no soy bailarín, lo aclaro para que no esperen giros. En cambio… —su mirada se dirigió a mi desnudando mi cuerpo con su mirada—, nos conoceremos todos y cada uno como jamás pensaron hacerlo.

Y sin más se alejó, dejándome con sensaciones anheladas, con un odio por su persona como jamás lo había sentido y la zozobra de saber que algo cambiaria. Las tres nos miramos aceptando el reto.

Ailin Skye


SASHA

“Giselle, este emblemático ballet romántico es hermoso desde todos los puntos de vista. Su fascinante historia de amor entre la campesina Giselle, y el príncipe, Albrecht y la depurada técnica que requiere su interpretación, le convierten en una delicada y exquisita obra de arte.

La compañía bordó el lírico y sobrenatural mundo de las willis.

No obstante, Víctor Pavlov sale airoso de la puesta en escena, y muy especialmente gracias a la bailarina protagonista, Sasha Gusev, discreta en el primer acto pero sublime en el segundo. Sus variaciones fueron ejecutadas con una precisión asombrosa y su fuerte personalidad escénica, que exhibe frente al amor que la enloquece, derritió al espectador.”

‹‹¿Frígidas princesas?›› Escuchaba al petulante de Pavlov y no salía de mi asombro. No sería por mí, quizá por la estirada y reprimida de Ivanna la reina de la frialdad o tal vez por la tímida e infantil Natasha ¿pero por mí? Yo era pasional, rebelde y una pequeña complicación para Pavlov. Que me metiera en el saco de esas dos, no era de mi agrado. Pero allí me encontraba.

Tres semanas en manos de un tipo que no tenía que ver con el ballet, de cierto Pavlov y sus métodos locos. Cada día estaba más grillado. Yo pensaba salir de esa prisión en cuanto pudiera, me habían hablado de un local nuevo en donde poder ir a disfrutar bailando sin la inquisidora mirada de nadie y estaba más que dispuesta a ir.

Subimos las tres en silencio a la primera planta donde nos había dicho el tal Andrés que estaban nuestras habitaciones. Natasha me dirigió una mirada compungida, estaba claro que la princesita se sentía fuera de lugar, observe a su vez a la diva Ivanna que me lanzó unas de sus despreciativas miradas de reinona a la que yo respondí con un gesto usual en mí. Le dedique mi dedo impúdico a lo que ella me respondió con un verosímil giro y un portazo.

¾ No deberías picar a Ivanna de esa manera¾ me inquirió la correcta Natasha.

¾ Pues que no vaya de reina. Todas somos primeras bailarinas y ella no es más que ninguna de las dos. ¾ Ella esbozó una tímida sonrisa y se encerró en su cuarto. Yo de mientras ideaba la manera de escapar de allí al local de moda. Necesitaba bailar y desahogarme…

Me duché y vestí no pensaba quedarme encerrada allí aburrida como una ostra, necesitaba descargar adrenalina. Me puse mis leggins negros brillante y mi camiseta de tirantes de seda sin sujetador que dejaba entrever mis pezones erizados, cosa que me encantaba. Mis tacones de doce centímetros y solté mi larga melena castaña. Maquillé mis ojos con un ahumado negro llamativo y para acabar los labios de un rojo pasión. Me encantaba romper con la noche y ese era uno de los problemas que le ocasionaba constantemente a Víctor, pero solo se vivía una vez y ya bastante duro era cuando estábamos de gira con el ballet para ahora también quedarme encerrada. Me apuré al salir al descansillo observando sigilosa para evitar que el tal Andrés me pillará infraganti.

La puerta de Natasha se entreabrió y me miró cautelosa: le indiqué silencio…

Me deslicé por el pasillo con los zapatos en mano con pasos sigilosos cual adagio pues mi destino era claro, debía salir de allí sin ser vista. Creí sentir un aliento cerca de mi nuca me giré pero no vi a nadie así que seguí adelante sin más preocupación y cuando por fin salí por la puerta respire tranquila, me puse mis tacones y me dirigí a paso apresurado en dirección al local.

La cola de la discoteca llegaba hasta el final de la calle. Pero yo era Sasha Gusev reconocida bailarina y amiga íntima del dueño. Avancé en dirección a la entrada entre aspavientos de la gente y reproches a mi avanzadilla. Cuando llegué el encargado de la puerta me examinó de arriba abajo, estaba claro que le gustaba lo que veía. Sonreí y le dije mi nombre: cosa que confirmo por el auricular de su oído, dándome así paso al interior…

Las luces destellantes dieron paso a esa sensación de libertad que añoraba y el sonido envolvente de música con ritmo incesante empezó acompañar el movimiento de mis caderas en un allegro enérgico y animado. Me deje seducir por el sonido electrónico del Dj y me apresuré al centro de la pista mezclándome entre la gente que saltaba briosa y decidida, rozándose unos a otros dejando restos de su exudación envolviendo el ambiente. Respirábamos embriaguez, destilábamos pasión por los poros de la piel y entre roces de manos desconocidas que me atrapaban mis movimientos se hacían más decadentes por momentos.

Sentí unas manos aferrarse a mis caderas deslizándose por ellas aprisionando mis nalgas contra su miembro pulsando contra mí, en ningún momento me giré, en ningún momento le retuve, me deje guiar por ese balanceo que estaba humedeciendo mi sexo. Su aliento se depositaba en mi nuca calentando esa zona exaltada de mi cuerpo, no habló y no hacía falta, me dejé llevar por su movimiento mientras sus manos seguían haciendo arder cada milímetro de mi piel. Desde atrás desde esa posición dominante, atrapó mis pechos turgentes y pequeños los cuales le cabían de sobra en sus grandes manos, me apretó más contra él y dejó un reguero de saliva en mi cuello, no pude contenerme y gemí. La gente seguía danzando rítmicamente alrededor nuestro pero en esa pista de baile solo éramos él y yo.

Empecé a contonear mis nalgas en contra de él quería sentir su miembro engrandecerse a mis balanceos quería desatar mi pasión y que me llevará a un rincón y me follará sin más, como locos apasionados pero sus manos retuvieron mis movimientos desacelerándolos. Sentí su boca junto mi oído…

¾ Eres una pequeña salvaje, pasional. Eso está bien. Pero debes controlar esa pasión…

Esa voz, era él, Andrés. Intenté girarme pero me retuvo.

¾ Shhh, quieta gatita. Te voy a enseñar a controlar esa fogosidad y lo vas a disfrutar…

Su voz me dominaba por completo y aunque mi deseo era dejarme llevar por la pasión me quedé paralizada a la expectativa de lo que me pudiera hacer.

¾ Sígueme y calladita.

Quería contestarle y mandarle a paseo pero esas manos, esas manos… Deseaba ciertamente saber lo que podía hacer con ellas, así que le seguí sin mediar palabra con él.

Subió las escaleras que llevaban a los reservados y vi como abría uno de ellos me miró e indicó que entrará en el. La expectativa de lo que iba a suceder en ese lugar me tenía desatada, no sabía si podría contener mi lujuria con él. El rubio me miró con sonrisa lasciva y mirada relajada.

Nada más cerrar la puerta me lancé a sus brazos, él me apartó y sonrió…

¾ No, no, gatita. Tengo que dominar esa pasión, esa ferocidad tuya. No seas fierecilla. Siéntate y no hagas nada…

Me senté no sin antes soltar uno de mis ya típicos bufidos acompañado con un gesto despreciativo al cual él no hizo caso.

¾ Vamos a canalizar toda esa pasión, pequeña. Vamos a guiarla y vas a disfrutar de ello como nunca…

¾ No podemos follar sin más, no entiendo a qué viene calentarme de esta manera para que después me traigas aquí para no hacer nada…¾ Me estaba haciendo cabrear por momentos y ya casi tenía un pie en la calle, saldría a buscar con quien desfogarme seguro que no me faltaban aspirantes… Pero habló.

¾ Te voy a follar. Pero vas a sentir, voy a dominar tu ritmo, vamos a controlar tu respiración y la contracción de los músculos. Te voy a encender sin prisas y vas a sentir cada movimiento…

Me sentí de nuevo por un momento en la escuela de ballet. De verdad quería yo ese control a la hora de follar, ya bastante tenía con controlar mi arabesque o mi assemblé cuando bailaba. Resoplé contrariada pero sus manos se deslizaron por mis piernas, retirando lentamente mis zapatos y acariciando con delicadeza mis pies. No me dejó moverme ni que le tocará de manera apresurada, guío mis movimientos y mi respiración fue acompasándose con la suya, sentí una llama encender mi bajo vientre de manera calmada, sus caricias lentas pero ardientes me estaban provocando una combustión lenta y relajada que acompañaba con un gemido casi inexistente. Me contemplaba de cerca sin dejarme apartar la mirada de él y ese azul de sus ojos me reconfortaban mientras mi sexo poco a poco se humedecía. En el fondo deseaba que me follara con fuerza pero no podía dejarme llevar, quería seguir ese ritmo que me provocaba esa sensación que no acababa de prender del todo pero que estaba ahí en un constante devenir y resurgir.

Me centré, como me dijo, en el momento. Empezó a rozar mi sexo con movimientos de menor a mayor, y me dejé llevar por su mano, por su tacto concentrando en mí toda la tensión y reteniéndola como me había dicho y mi cuerpo reaccionó con un “de crescendo” inusual. Sus dedos rozaban y estimulaban mi clítoris, su boca estiraba mis pezones y todo mi cuerpo se contraía pausadamente. No sé cuánto tiempo pasó estimulándome haciéndome que casi tocara el cielo sin llegar a el.

Cuando su polla me atravesó sentí un fogonazo extasiado dentro de mí, sentí como controlaba las embestidas como controlaba mi cuerpo con sus movimientos, gemí me contraje me expandí y me dejé guiar a una sensación nueva. Control sexual. Ralentizó mi orgasmo varias veces, quería explotar quería gritar pero no me dejó. Guío mi pasión mi furia mi rebeldía y desencadené en un gemir silencioso abrazada a él. Juntos alcanzamos un clímax arrasador, devorador que me apasionó…

Me miró y sonrío.

¾Acabaremos domando esa pasión, ese sentir y lo utilizaras para bailar. Seguirás siendo pasional pero no rebelde…

No supe que decir, bueno sí. Solo pensé en que quería volver a repetir…

Bernice Xanthe


NATASHA

Toda una vida de humillaciones y deberes, ¡no aguanto más ésta desazón!. Mi madre me convirtió en el despojo sin vida que soy hoy en día. Vivía para mortificarme, a sus ojos no era perfecta. Ella me acusaba de su ruptura con mi padre, mi pobre padre, que vio el demonio de mujer que tenía al lado. Todo hubiera sido distinto si el juez le hubiese dado la custodia, en vez de a ella. Durante años tuve que aguantar sus gritos, sus insultos, etc… la danza se convirtió en mi refugio, fue mi manera de proteger mi cordura.

Anoche vi salir a Sasha de su dormitorio, seguramente iría a encontrarse con su amante. Me da envidia su descaro, su rebeldía e incluso la fuerza de Ivanna, aunque a veces es cruel conmigo.

Estoy esperando para salir a escena, mi pieza es La bella durmiente. Un personaje dulce, entrañable, delicado y perseguido por la bruja hasta dormir su corazón. Así soy yo, pero a diferencia de la princesa, a mí no vendrá ningún príncipe a despertar mi coraje. Siempre estoy en un tercer plano, soy invisible. Seguro que si desapareciera de este mundo nadie me echaría de menos. Que delirio más cierto es mi vida.

He decidido poner fin esta noche a mi sufrimiento, no quiero seguir viviendo, no tengo nada por que luchar. Me pongo por última vez mis zapatillas de puntas. Estoy nerviosa, me sudan las manos. Me pone histérica que tanto público esté pendiente de mí, solo ven a una bailarina, no ven mi esencia. No la tengo, no desprendo belleza, solo técnica.

―¡Natasha!―el grito de Víctor me sacó de mi ensoñación―mueve ese culo, te toca salir.

―Voy…

―Niña remilgada―escupió en el suelo al pasar por mi lado.

Cerré los ojos con fuerza. ‹‹Nata tu puedes, el teatro está vacío, solo tú brillas está noche››, respiré con fuerza y salí a escena. Lo había bailado millones de veces, pero ésta vez fue distinta. Me estaba despidiendo de mi misma, pues de quién más. No había nadie, solo la danza. Terminé de emular a la durmiente Aurora y me fui al dormitorio. Pero Víctor me cogió del brazo con fuerza.

―Has estado penosa, esperaba más de ti. Mañana sangrarás las puntas hasta que quede perfecto.

―Sí señor.

―Niñas de papá, que asco.

Lloré como una boba, ahí en medio de mis compañeros. Sasha se acercó y me abrazó sin esperármelo. Reconozco que disfruté, el único que me había regalado alguna vez un abrazo fue mi pobre padre. Se lo devolví con fuerza.

―No llores Natasha, Víctor es idiota. El remilgado es él―me guiñó un ojo para animarme. Estaba agradecida, me iría de este mundo con el regalo de un abrazo desinteresado.

Caminé hacia la puerta, vi en un rincón al tal Andrés observándome con ojos serios. Aparté la mirada y continué mi camino. En ese momento, Ivanna entraba a bambalinas. Me miró con soberbia.

―Nenita, no llorarías si no fueses tan mojigata.

Sonrió de lado con chulería y se reunió con los bailarines. Harta de las burlas de todos, fui hasta mi dormitorio. Lancé el tutú contra la pared y tiré todas mis cosas. Derrotada caí al suelo, me hice un ovillo delante del espejo. Apenas veía mi reflejo, mis ojos estaban empañados de lágrimas. Tenía en la mano una cuchilla, estaba preparada para marcharme de este mundo.

La posé en la muñeca, quería abrirme las venas. Lloraba y lloraba… apreté y sentí el corté. Dolía, el corazón me latía tan deprisa que taponaban mis oídos. No me di cuenta que alguien se tumbaba detrás de mi hasta que una mano agarró mi muñeca con fuerza. Eran unas manos masculinas. Me quedé sin aliento, alguien estaba allí para impedir que dejara este mundo.

Mis lágrimas se fueron aclarando poco a poco y vi Andrés en el reflejo del espejo. Mi cuerpo se tensó. Se llevó la muñeca a los labios y chupó con ternura. Después, me retiró el pelo enmarañado de mi rostro. Me abrazó contra su cuerpo. Notaba su aliento en mi oreja.

―¿Qué ves?―me preguntó.

Sabía que se refería a mi reflejo. Miré atentamente, no vi nada.

―Nada… vacío.

―Te equivocas―siguió susurrando en mi oído―yo veo a una hermosa mujer, fuerte, decidida, a una gran bailarina, ella es inteligente, bella…

No lo dejé terminar, me deshice de su abrazo y me levanté para enfrentarlo. Él hizo lo mismo, frente a frente, tiré de mi pelo con fuerza, me odiaba.

―Soy escoria, no soy nadie, a ti que te importa, ¿dímelo?, ¿qué quieres?

―Grita Natasha, alto y claro. No quieres morir, lo sé, solo estás asustada. Afronta tus miedos, Natasha

Se acercaba a mi espacio de seguridad. Algo dentro de mí estalló con fuerza. Fui hacia él, con rabia, le golpeé el pecho.

―Odio a mi madre, odio mi vida, odio a la Natasha débil, idiota, sumisa, buena, tonta… ¡Dios, ayúdame! No quiero seguir viviendo así, no…―gritaba y lloraba.

―¡Deja de quejarte!―Andrés me agarró por los hombros.

Me colocó delante del espejo. Mi pelo caía en cascada por mi cuerpo, iba a medio vestir y por primera vez, vi algo. Vi mi yo sexy junto a un hombre atractivo.

Su mano grande bajó por mi vientre hasta posarse en mis braguitas, solo fue un roce, uno que me dejó sin aliento. Era la primera vez que me tocaba un hombre.

―Yo veo a una mujer delicada en belleza, con un potencial desaprovechado, con una esencia embriagadora. Si quisieras, serias el sueño de muchos hombres, a ellos les importa. No desaparezca con la muerte; al contrario, resurge de tus cenizas.

Aquello me hizo pensar. Lo vi claro, ahí estaba yo, era hermosa, atractiva, sublime y lo mejor de todo, tenía a un hombre interesado a desvirgarme por primera vez y me deseaba.

―Hazme el amor.

No tuve que rogar, me cogió entre sus fuertes brazos y me tumbó en la cama. Cogió uno de mis pies y besó mis dedos, chupando el más gordo. Observé hipnotizada. Andrés era un magnífico amante. Sus labios fueron bajando por mi pantorrilla hasta mi muslo, dejando un reguero de besos húmedos. Mordió con delicadeza mi ingle. Arqueé mi espalda en respuesta. No sabía que tener sexo fuera tan buena medicina para mi depresión.

Me quitó las braguitas y quiso meter la cabeza entre mis piernas. Vergonzosa las cerré, no quería que hiciera aquella intimidad. Andrés insistió y abrió con fuerza mis muslos. Dio un lametón y grité como una loca. Que era aquello tan delicioso, sí, se llamaba placer. Estaba absorta, con la cabeza inclinada hacia atrás y la boca entre abierta. Sentía la humedad mojar mi sexo.

Andrés me volteó boca abajo, se colocó encima y mordió mi carne, mi cuello, mi hombro, mi espalda hasta llegar a mi trasero. Mis ojos cobraron el brillo que una vez tuve de niña. Me sentía completa, no rota. Quería seguir experimentando los placeres. Aquel hombre, acababa de despertar a la fiera que llevaba dentro.

Elevó un poco mi trasero, y se metió desde atrás, despacio, muy lento. Casi me quedé sin respiración, aquella intromisión era muy gustosa. Y empezó el baile, empujó sin prisas, acelerando el ritmo poco a poco. Yo mordía la sábana y agarraba la colcha con los puños cerrados. Mi cuerpo se movía y experimentaba sensaciones gloriosas. Entonces noté un hormigueo subir por mi vientre, era delicioso y sin saber cómo, algo dentro de mí eclosionó haciéndome ver las estrellas. Mi primer orgasmo.

―Andrés…

Sola en el dormitorio miré mi reflejo. Estaba desnuda y acababa de cerrar un libro. Me sentía liberada, ahora era la dueña de mi cuerpo y mente. Cogí una toalla y fui a los lavabos a ducharme. Al salir, me choqué sin querer con Ivanna. No la había visto. En su línea me soltó una bordería.

―Llorona, mira por dónde vas. Idiota―dijo con desprecio.

Esta vez no me callé y me sentí liberada de mis demonios y ataduras.

―Que te jodan, zorra.

Katy Molina


Andrés

Víctor Paulov y yo éramos viejos amigos, coincidimos en Londres en nuestra época de estudiantes, el en el Royal Ballet de Londres y yo en Cambridge estudiando Psicología.

Fueron muchos años de correrías juntos, en España eran los años de la movida y en Londres el movimiento Punk-Rock, muchas fiestas y aventuras juntos.

Sabía que Víctor, a pesar de sus inmensos conocimientos sobre Ballet y la perfección en la técnica no tenía cualidades físicas para bailar, el mismo fue dándose cuenta de ello y comenzó a especializarse en dirección, convirtiéndose después en uno de los mejores de su época.

Al terminar la carrera, no conseguía trabajo, mi fama de mujeriego y de fiestero me precedía, Víctor me consiguió una plaza en la London Academy of Music and Dramatic Art como profesor de interpretación, en donde tras muchos años de trabajo conseguí hacerme un nombre en el mundo del Cine y del Teatro.

Víctor y yo dejamos de vivir juntos, él se fue de Londres a recorrer mundo con una pequeña compañía de Ballet que le sirvió para convertirse años después en el “Gran Víctor Paulov”



Estando revisando unos expedientes en mi despacho, veo que se me abre una ventanita con un correo entrante de mi Gran amigo Víctor.



"Andrés:

¿Cuánto tiempo, amigo?, Me da gusto saber que te convertiste en un gran profesor de interpretación, así como de tu preferencia por las actrices y sé de buena tinta que haces sacar lo mejor de ellas.

Te voy a proponer un reto al que no te podrás negar:

Quiero hacer “La sacre du Pritemps” con las tres mejores bailarinas del momento, el trabajo es claro: Controlar esos tres caracteres indomables y hacer que trabajen juntas, pero más difícil aún, tienes que lograr que consigan trabajar juntas como bailarinas secundarias. La bailarina principal será Erika, una joven española que está despuntando pero su juventud le puede, es incontrolable.

Espero tu respuesta y aunque sólo sea por volver a vernos y recordar viejos tiempos, ¡acepta!

Un abrazo

Tu amigo Víctor"



"Querido amigo Víctor:

¡Cuánto me alegra saber de ti! ¡Espero que te vaya todo igual de bien que como te va profesionalmente!

Sin duda ninguna ¡Acepto! Sólo te pido una condición: Absolutamente nadie podrá inmiscuirse en mi trabajo, nadie opinará de mis métodos, quiero trabajar solo.

Si aceptas mi condicionante te ruego que me envíes videos e informes sobre ellas, quiero tener toda la información que tengas, donde se criaron, con quien, donde han estudiado, familias, novios…

Cuando tenga esta información tardaré unas tres semanas en preparar el trabajo e iré a Madrid para conocerlas y empezar a trabajar con ellas.

Amigo, pronto nos veremos y celebraremos nuestro reencuentro como se merece.

Un fuerte abrazo, Andrés"

Después de estudiarme los informes tenía claro cuál sería el trabajo y como conseguir los objetivos que me había planteado Víctor.

Llegué a Madrid, me habían buscado un pequeño apartamento en la calle de La Fuente, una pequeñita calle en el centro de la capital entre Ópera y la Plaza Mayor.

Nuestro centro de trabajo era la afamada Escuela de Víctor Ullate muy amigo de Paulov.

Con la que primero traté fue con la pequeña Erika, con apenas 19 años era un portento físico pero con una mente muy desordenada, cosas normales por la edad.

Erika a la vez de tímida era inquieta, parecía un “rabo de lagartija”, le cuesta prestar atención durante 10 minutos seguidos, aunque tiene muy claro sus objetivos y trabaja duro para ello.

Me costó mucho ganarme su confianza, poco a poco fui acercándome a su vida, y así sucesivamente fue contándome sus vivencias y así pude descubrir más de ella.

Me quedó claro algo, lo único que haría madurar a Erika sería encontrar a un hombre de verdad, que le diera la confianza suficiente para ayudarla a “amueblar su cabeza”.

Sólo había tenido un novio a los 15 que al final la dejó traumatizada.

En unas vacaciones de Semana Santa, aquel novio cabrón la obligó a follar, le hizo tanto daño y la hizo sangrar tanto que no quiso volver a tener relaciones hasta mucho tiempo después. La distancia hizo que la relación se enfriara y él terminó poniéndole los cuernos con varias chicas del pueblo. Todo esto hizo que Erika se centrara en el Ballet.

Me follé a Erika varias veces pero imposible de olvidar fue la primera.

Después de nuestra primera reunión nos cruzamos por el pasillo, iba vestida de rosa y blanco, mallas blancas con lazos rosados en la cintura y a la altura de las rodillas y una camiseta de tirantes con el escote roto y cosido con un cordón del mismo color, debajo tenía un top del mismo. La seguí hasta su habitación, la agarré la mano:

—¿Dónde vas tan deprisa?

Se dio la vuelta y me besó, la llevé contra el armario, la cogí a ahorcajadas y la empotré contra la puerta mientras la besaba, le arranqué la camiseta y el top de un golpe, el sujetador también era a juego.

—¡No te vuelvas a poner sujetador! ¡No lo necesitas!

Mis manos apretaban sus tetas, pequeñitas pero firmes, metí las manos dentro de los leggins y mis dedos de llenaron de su humedad al meterlo dentro de ella, se la notaba deseosa de un buen polvo. Se arrodilló ante mí y me desabrochó los pantalones, miró mi polla con deseo y se la metió en la boca, parecía inexperta pero su deseo me hizo olvidar esa inexperiencia y me hizo gozar como hacía años.

Me quite de un impulso, sino me iba a correr demasiado pronto, la llevé hasta la cama se puso a cuatro patas y la hice mía, a pesar de tener el coño muy estrecho mi polla entraba con mucha facilidad, estaba muy húmeda, cada vez que sacaba mi miembro lo miraba para ver lo mojado que salía..

La empalé, embestía con fuerza y gemía de placer, cada uno de sus gemidos hacían que yo me excitara más, con mi dedo índice desvirgue su culo, cada vez me movía más rápido y más fuerte, cuando la escuché gritar no pude más y me corrí sobre su culo.

Caí encima de ella, mi cabeza la apoyé sobre su espalda y caí rendido de placer.

Erika sería fácil de enseñar, no iba a tener problemas con ella.


Natasha, era la tímida de las cuatro, mis primeras reuniones con ella me costaba sacarle las palabras, hablaba muy poco. Sufría de miedo escénico, se ponía muy nerviosa antes de cada actuación, incluso alguna vez han tenido que sustituirla porque no era capaz de salir a escena.

A pesar de costarme trabajo fui ganándome su confianza.

—Natasha, coge una mochila con algo de ropa, vamos a salir de viaje.

Alquilamos un coche, cogimos la A-6 dirección A Coruña, nos esperaban varias horas de viaje. Paramos a comer en Astorga, hacía años que no comía el cocido típico del Bierzo, “Cocido Maragato” peculiar porque se come al revés que en el resto de España, se empieza por las chacinas y las carnes, se sigue con los garbanzos y el repollo y se termina con la sopa. Una buena comida para ir entrando en calor.

El coche es el mejor instrumento para mantener una conversación con alguien ya que no hay forma de escapar y los momentos de silencio se tornan conversaciones en poco tiempo, no le quedó más remedio, se deshizo y poco a poco fue contándome su vida.

Natasha se durmió apenas cuando nos quedaban 100 kilómetros para llegar a nuestro destino.

Al llegar abrió los ojos y sólo se veía una cara de felicidad inmensa al ver el espectáculo.

—Te he traído a uno de los lugares más bonitos del mundo, San Andrés de Teixidó, los acantilados más altos de Europa. Dicen que a San Andrés va de muerto el que no pudo ir de vivo, ya que decía que aquí estaba el fin del mundo. La única razón de traerte aquí es que grites: Grita alto, grita fuerte, saca todo lo que tienes dentro y no te atreves a contar. Nadie te oye.

Y Natasha se asomó al precipicio y empezó a gritar, a chillar a hablar en voz alta, se arrodilló abrió los brazos y comenzó a llorar.

Fui a por ella, la levanté del suelo y la senté en el capó del coche, aparté sus manos de la cara, la agarré por la cintura, nos miramos y me besó.

El lugar era increíble, los verdes pastos gallegos, mezclados con las rocas del acantilado y el sol rojo fuego escondiéndose en el azul del mar.

De repente, se hizo de noche y Natasha cambió por completo, enloqueció, me tiró al suelo, me arrancó el polo blanco que llevaba y me clavó las uñas en el pecho, me mordió el labio inferior hasta hacerme sangrar, la tuve que agarrar con fuerza por las muñecas me miraba con deseo mezclado con ira.

—Estate quieta nena— la agarré del pelo—. No sabes dónde te metes.

Con el polo roto até sus manos a la espalda, desabroché su blusa y empecé a lamer sus tetas que eran bastante grandes para ser bailarina, como un perro chupaba los pezones.

—Natasha, tú necesitas a un cerdo como yo que te haga sentir viva y que haga realidad tus fantasías perversas que guardas para ti.

La puse frente al capó y metí mis dedos en su coño húmedo, índice y corazón, con el pulgar empecé a masajear su ano, con la otra mano le tiraba del pelo y le susurraba al oído, ella no paraba de gemir.

—¿Te gusta? ¿Quieres ser mi zorra?

—Sí, Andrés, seré obediente, pero por favor, fóllame, hazme tuya.

—Sé que lo deseas.

La embestí con fuerza una y otra vez, no paraba de gritar, pocas veces había escuchado gemir así a alguien.

La solté, me senté en el suelo apoyado sobre el parachoques del coche y le dije:

—¡Fóllame!

Se puso a horcajadas y me folló, subías las caderas y volvía a bajar, parecía una brasileña bailando samba, me hizo correr en apenas unos minutos, ella aún no había terminado y continuó follándome la polla a pesar de estar extenuado, sentí como estalló de placer con mi polla dentro.

Se levantó y se puso en cuclillas tras correrse, de repente comenzó a orinar sobre mi polla:

—Ahora ya eres mío, yo soy tu zorra y tú serás mi perro.

La empujé cayó al suelo con las piernas abiertas, me puse de pie, me miraba asustada, cogí mi polla, apunté a su coño y empecé a orinar.

—Serás obediente, si me haces caso y haces lo que yo te diga… Triunfarás.


Mi Primera experiencia con Sasha fue un poco diferente, me la encontré bailando como una loba en celo en medio de la pista de baile de un club cercano a la Escuela. Yo estaba con unos viejos amigos, habíamos salido a cenar y después me llevaron a este sitio para distraernos y tomar unas copas, era el sitio de moda en Madrid.

Era increíble como una bailarina de Ballet se podía mover así al ritmo de la música electrónica, estaba llamando la atención en el centro de la pista, fue imposible no verla. Esta chica necesita un domador más que un psicólogo pensé para mí. Aunque no sería difícil, la chica entraba al trapo con facilidad, sólo necesitaba encontrar a alguien igual o más rebelde que ella, ¡y lo encontró! Mi primer contacto con ella como no, terminó en la cama.

Sasha era rebelde y cabezota, no había quien la controlara, hacia siempre lo que quería. Hasta ahora esa cabezonería no le había venido mal, pero llegaría el momento que se estrellara y necesitaba quien la guiara y la aconsejara, mejor dicho, necesitaba la persona de la que se dejara aconsejar.

Nuestras sesiones terminaron siempre en sexo, sexo muy duro, donde ella intentaba siempre dominar, pero yo no la dejaba. Tenía claro que esto no era lo que necesitaba. Se me ocurrió lo siguiente:

Cogimos un vuelo con destino a Milán, unas compras ablandan a cualquier mujer, le exigí comprar un vestido largo, de gala, se veía impresionarme, estuvo media tarde de compras en la Vía Sant Andrea, allí están las mejores marcas del mundo, después en el hotel se sometería a una intensa tarde de peluquería, manicura, pedicura y un largo etc. de … curas.

La esperé en el bar del hotel tomando un vermut y allí llegó ella, con un vestido negro hasta los tobillos, un taconazo negro de unos doce centímetros, el vestido abierto hasta algo más arriba de la rodilla, la espalda completamente desnuda y un escote tipo barco que dejaba ver una gargantilla de brillantes que deslumbraba a cualquiera que pasara por su lado.

Fuimos a cenar a Gracco, restaurante de moda en Milán con dos Estrellas Michelin, el marisco y el Bollinger hicieron efecto, Sasha me agarró del brazo y fue todo el camino en el taxi con la cabeza apoyada sobre mi hombro, sin apenas abrir la boca. Llegamos al Teatro de La Scala, se le pusieron los ojos como platos, ella sabía que no había Ballet.

—Venimos a la Ópera, vamos a ver Rigoletto, te encantará.

Las entradas me las consiguió mi amigo Daniel Barenboim, fue muy amable, como siempre.

Mis ojos durante la actuación no se quitaron de encima de Sasha, no pude dejar de ver como se emocionaba, como se le escapaban las lágrimas o como reía en cada una de las escenas.

Salimos de allí sin decir ni una palabra, la vuelta en taxi fue igual, la boca cerrada y su cabeza apoyada en mi hombro y abrazada a mi brazo.

Llegamos al hotel, me cogió de la mano muy dulce, al bajar del ascensor nos teníamos que separar, tiró de mí y abrió la boca por primera vez en mucho tiempo.

—¿No me vas a acompañar? ¡Ven conmigo!

Se acercó a mí, se puso de puntillas y me besó los labios, era la primera vez que la sentía besar de verdad, me llevó hasta la puerta de su dormitorio. Dejé caer el vestido por los hombros, cayó como un pañuelo de seda, muy despacio, acariciando su cuerpo. Llevaba un tanga de encaje negro, con un liguero y unas medias negras de fantasía, con una línea gruesa por la parte de atrás de la rodilla y algún dibujo por la parte de la pantorrilla, los tacones y la gargantilla de brillantes.

No podía parar de acariciarla, de besarla, de tocarla, su cuello largo que a pesar de estar cubierto por la gargantilla te pedía ser besado.

Fuimos a la cama y até sus manos al cabecero de la cama, cogí un cubito de hielo que había en la cubitera y empecé a acariciarla, primero su boca, dejé que lo lamiera y lo chupara, después fui llevándolo por su cuello, mi lengua iba lamiendo el rastro de agua que dejaba el hielo a su paso, llegué a sus pezones con el hielo hacía círculos en uno a la vez que jugaba con mi lengua y el otro lo pellizcaba con mi otra mano, seguí descendiendo con el hielo hasta el ombligo mientras mi lengua y mis manos se quedaban jugando con sus pechos, dejé el hielo un instante apoyado sobre su ombligo para poder quitarle el tanga, abrí sus piernas y coloqué el hielo en su clítoris, mi lengua jugaba; el hielo tardó segundos en deshacerse con el calor que desprendía. Mis dedos la penetraron, la acariciaron mientras mi lengua jugaba con su clítoris.

Comencé a besar sus piernas sin quitar sus medias, besándolas, lamiéndolas, hasta llegar a sus pies, que metí en mi boca. Volví a subir, besando sus piernas, me volví a entretener en su clítoris y ascendí besando su ombligo, sus pezones, mordisqueando su cuello hasta comerme su boca. Le hice sentir mi erección en su vagina, que entró en su interior sin constarle trabajo, su vulva mojada y húmeda facilitó el trabajo, desaté sus manos y empezó a acariciar mi espalda. Podía notar como sentía como se estremecía cada vez que mi verga la invadía, muy despacio, estaba poniendo todos sus sentidos. No abrió los ojos en ningún momento, a veces los abría para cogerme la cara mirarme a los ojos y volverlos a cerrar volviendo a estremecerse.

Se levantó y me quitó de encima, me tumbó en la cama y se sentó muy despacio, cogiendo mi polla en la mano poco a poco sobre ella, pude notar cada estría de su vagina, cada arruga. Mi gozo iba en aumento. Empezó haciendo círculos, a subir y a bajar muy despacio, yo masturbaba su clítoris mientras me cabalgaba a la vez que apretaba sus pechos con la mano que me quedaba libre, estaba a punto de correrme, pero todo era tan pausado que mi orgasmo se alargó por minutos hasta conseguir corrernos juntos. Sasha me miró, me besó, se tumbó sobre mi pecho, me abrazó y se quedó dormida.

Desde entonces nada con Sasha sería igual, su actitud cambió por completo y empezó a confiar en sus maestros.



Ivanna Petrov, altiva, egocéntrica, chula. Sin duda era la que peor me caía de las cuatro, siempre estaba a la defensiva, con poco se encendía y te contestaba con malos modos o con malas palabras.

Estaba claro, que al fin y al cabo lo que necesitaba, al igual que sus compañeras, era quien la supiera follar de la manera correcta.

No quería hablar conmigo, parecía que yo le hubiera hecho algo, incluso alguna vez se le escapó un “cerdo”, pero, a veces, me miraba lascivamente.

Ivana fue niña adoptada, nacida en San Petesburgo pero criada en Barcelona por una familia rica catalana, sus padres adoptivos nunca quisieron cambiarle el nombre ni los apellidos ya que la adoptaron con unos años de edad. Aquella rubia siempre fue una diablesa, nunca le faltó de nada, criada en los mejores colegios privados se convirtió en una adolescente caprichosa acostumbrada a conseguir siempre lo que quería.

Mi trabajo con ella lo daba por perdido, era imposible, se cerraba en banda y no quería hablar, ya cansado de todo me dirigí a hablar con Víctor para decirle que con Ivanna había fracasado. Víctor estaba en el aula, para ello había que pasar un pasillo con vestuarios a un lado y despachos a otro, vi la puerta entre abierta y la vi sentada. Esta es mi última oportunidad, pensé para mí. Entré.

—Vengo a despedirme de ti.

—¿Y eso?

—No conseguí terminar mi trabajo. ¿Te he hecho algo, Ivanna? ¿Por qué me guardas tanto rencor?

—Nada, espero que te vaya todo bien, ha sido un placer.

—Algo te he tenido que hacer, es imposible, no sé cómo llegar a ti, nadie fue tan duro conmigo. Venga, Ivanna, habla conmigo, es la última oportunidad que voy a tener para ayudarte.

—Yo no necesito ayuda, además, eres un Cerdo, vi cómo te follabas a Erika, estaba encerrada en el Armario.

—¿Eso es lo que te pasa? ¿Y qué problema hay en eso? ¿estás celosa?

Intentó abofetearme, cogí su mano al vuelo.

—¿Qué haces?

La miré a los ojos y la besé, la empujé contra la ducha, del golpe se abrió el grifo y nos mojamos, ella respondió al beso, ‹‹Por fin lo he conseguido››.

Solo llevaba una toalla blanca rodeando su cuerpo, pero yo estaba completamente vestido.

Continuamos besándonos, sentía como se estremecía con mis besos y mis caricias, estaba deshecha, caliente, quería más, quería despedirse de verdad, follándome.

La toalla cayó al suelo, comencé a besar su cuello y a mordisquearlo, chupar sus lóbulos de las orejas, con mi nariz acariciaba su cuello; bajaba besando sus pechos, apretando fuerte sus tetas, cogiéndolas en mis manos, me encantaba ver su cara de dolor mezclada con placer cuando le pellizcaba los pezones, después la besaba para aliviarla. Estaba muy excitada, ella también notó mi excitación porque fue directa a bajarme los pantalones, me empezó a masturbar y a chuparme la polla, sabía hacerlo bien, se la metía hasta la garganta y volvía a sacarla, lamía mi glande lo chupaba, era delicioso. La levanté por los pelos y yo me arrodillé, puse una pierna sobre mi hombro y comencé a lamer su clítoris, y a follarla con mis dedos. Mi sensación fue que tenía un coño muy estrecho pero a la vez muy húmedo.

Me levanté, la puse contra la pared y la embestí de un golpe, gritó muy fuerte y sentí mi polla mojada más de lo normal, la saqué miré y vi mi verga ensangrentada, la sangre se diluyó enseguida con el agua de la ducha. La había desvirgado.

—Sigue y calla— me dijo.

Volví a embestirla con fuerza, la tiraba del pelo para dejar libre su cuello y poder besarlo y morderlo mientras mi polla entraba en ella una y otra vez, notaba cada uno de sus orgasmos, su vagina se estremecía y apretaba mi miembro cada vez que se corría a la vez que gritaba de placer. Mi orgasmo estaba a punto de llegar, saqué mi verga y me corrí en la terminación de su espalda.

Se dio la vuelta y me besó.

—Andrés, gracias por hacerme sentir.

A.J. Conde


UN AÑO DESPUÉS.

El telón cayó y los aplausos seguían resonando como un eco interminable, llenando mi alma de la dicha que solo eso podía entregar. Inspiré y con la gracia natural que tenía al andar, me coloqué tras bambalinas. Compañeros aplaudían a Erika que había protagonizado la obra. Ella era la estrella esa noche. Me abrí paso entre toda la compañía de danza hasta llegar al camerino.

Mi corazón retumbaba mientras lagrimas caían por mi rostro. ¡Qué duro es tenerlo todo menos el cariño y el amor que se anhela desde niña! Me acerque al espejo y volví a ver a esa princesa de hielo, aquella que no permitía que la tocaran, y que solo la danza podía conseguir sacar lo mejor de mí.

Llamarón a la puerta, sentí esas mariposas en el estómago. No me dio tiempo a quitar el maquillaje, solo tomé un abrigo y salí directa a la limusina que esperaba por mí.

Volvía a aquel estudio donde un año antes lo había conocido… Andrés.

Negué con una sonrisa hasta llegar al estudio y despedir al chofer. Mis pasos eran seguros, la puerta estaba abierta. Me adentre hasta encontrarme en el mismo salón de baile donde un año antes le había visto follar con Erika… ¡Cuántas cosas habían cambiado!

—Y ahí esta… la reina de hielo. —Sasha me saludaba con una copa en la mano haciendo una de sus reverencias, su mirada burlona me dejaba claro que todos los rencores habían quedado atrás.

—Deberías aprender a ser más amable —la riño Natasha sonriéndome con alegría. ¿Dónde quedó aquel ratón? —Bienvenida.

Dejé caer el abrigo y acepté la copa que me ofrecía.

—¿Dónde está? —pregunté necesitada de verlo.

—¿Cuándo aprenderás a ver lo que dejas a tu espalda? —Ahí estaba esa voz, su voz. Me estremecí con solo escucharlo y deje escapar el aire contenido cuando sentí un dedo rozar mi cuello—, mi soberbia primadonna, mira hacia atrás que ahí siempre estaré guiándote.

Me gire para encontrarme con esa mirada franca y arrogante. Sabía que no habíamos sido una tarea fácil, pero tenía que admitir que Andrés había sido una parte fundamental para muchos cambios en mi interior y el de mis compañeras.

Natasha, ese conejillo tímido y llorón ahora lucia su rostro alto, orgulloso y con una alegría que jamás conocí, con fuerza y determinación. Sasha había encontrado la mesura, el equilibrio, su pasión fogosa había aprendido a contenerse y ¿yo?

Mire el reflejo de las tres. Yo, Ivanna, había aprendido a abrir el corazón y dejar de creer que podría ser un instrumento, un mueble bonito. Reconocí a la mujer no a la diva. Y por primera vez mi espíritu pudo lograr ser humilde y reconocer que el éxito, el protagonismo no lo era todo, si había algo más sólido, algo que ahí habíamos encontrado y que nos había hecho regresar sin dudar.

—Baila para mí… —Escuche en un susurró, no me había dado cuenta que mis dos hermanas me aguardaban en la postura del cisne, sin más ropa que las zapatillas.

Una sonata que no alcancé a reconocer comenzó a sonar en el mismo momento en que ocupe mi espacio, tan desnuda como la noche estrellada. Y lo vi. Andrés estaba sin camisa, espectacular y decadente. El botón de su pantalón abierto y la bragueta a medio bajar.

Su mirada oscura nos observaba casi al ritmo de la suave música. No se perdió nada. Nos elevamos en puntillas y le rodeamos, era estar sumergidas en un mar donde él era el mástil al que asirse.

Sucedió de forma natural. Besó a Sasha impidiendo un giro, Y como si fuésemos ninfas amparadas a la noche, nos acercamos Natasha y yo necesitada de sus labios, de sus fuertes manos.

—Confiad en vosotras, sed una… —ordenaba, sugería… imploraba.

Unió los labios de Natasha con los míos. Y no pude negarme, era parte de aquella cacofonía en que estábamos inmersos. Natasha era dulzura, sus labios gentiles se abrieron para mí, tentamos tímidamente, conociendo el espacio de la otra. Sentí la mano de Andrés ascender por mis muslos hasta llegar a mi trasero, sus caricias eran suaves, dándome la confianza que necesitaba.

—Ven —pidió el mismo Oberón, el rey de las hadas.

Natasha separó sus labios de mí, dejando una sensación de vacío en mí ser, acaparando la boca del hombre que pedía todo de nosotras. Sasha besó mi cuello, era tan sutil tan suave que despertaba mi sensibilidad y los sentidos de manera sutil, delicada.

El Oboe comenzó un solitario y con él me arrodillé junto a mis hermanas, Andrés me miraba a los ojos en el momento en que me encargue de bajar la bragueta con mis dientes liberando su miembro y bajando el pantalón hasta los tobillos, iba descalzo lo que facilitó la tarea de dejarlo igual de desnudo que nosotras.

Tres lenguas acaricias la dura virilidad que se erguía dispuesta para nosotras, lamiamos con hambre, como si fuese el único alimento que hubiera para nosotras. Sasha lo dirigió a su boca y comenzó a meterlo y sacarlo a un ritmo delicioso, yo me dirigí a sus testículos que lamí y succioné y Natasha se encargó de dar un beso negro al hombre que se entrega a nosotras.

Gemidos fueron los que iniciaron un allegro privado y singular en el justo momento en que con facilidad Andrés me elevó con sus brazos para que lo abrazara con mis piernas a la cintura. Me dejó caer sobre su polla, le sentí abrirse paso desgarrando mis entrañas y terminando de romper las barreras que algún día construí. Sus fuertes brazos me volvieron a elevar para dejarme caer en un juego que insuflaba mi pasión en sus acometidas. La boca de Natasha se perdió en uno de mis pezones y Sasha tomaba posesiva la boca de Andrés.

Después fue el turno de Sasha, esta vez Andrés la elevo de espaldas a él con las piernas abiertas, empalando el frágil cuerpo de la pasional Gisell. Observamos extasiadas como entraba y salía de su sexo húmedo.

—Probadla, disfrutad de esto… —invitaba nuestro demonio decadente, y nos apresuramos a obedecer, probamos de esas mieles blanquecinas, lubricamos aquella delicada entrada. Sasha sabía a ella. A pasión, a fuego a tambores.

Ahora fue Natasha la que recibió las atenciones, los violines cantaban a la par que como sirenas nos entregábamos a Poseidón, que tomo la pierna izquierda de La Bella Durmiente y la elevo a su hombro, dejándola de pie, disfrutando de la elasticidad que dejaba nuestra profesión.

La embasteció sin pudor, con hambre, disfrutando de su recién encontrada fogosidad y morbosidad. Transformando en medusa a la gentil dama. Se mordían y arañaban con frenesí.

La mano de Sasha no me sorprendió al reclamar mi sexo hambriento, así como ella tampoco lo hizo al notar la mía. Nos perdimos en un beso, motivando nuestros sexos hasta perdernos en el orgasmo que reclamaba el crescendo.

Andrés fue nuestro eje, la guía y como tal dejo un reguero de leche espesa en nuestros cuerpos al correrse con abandono con nosotras. Nos besó y suspiró satisfecho, agotado.

Me levanté y los vi disfrutar de aquella intimidad, de ese punto de camaderia que se da cuando vives la mayor danza. Salí de puntillas y sin hacer ruido.

—Te he dicho que mires lo que dejas atrás… Ivanna… —La voz de Andrés estaba ahí, resonando en un reclamo.

Me gire y sonreí.

—Sabes que volveré… —prometí.

Nataha y Sasha se acercaron y se acomodaron a su costado,

—¿Lo has recibido, cierto? —preguntó para verificar una verdad que los cuatro sabíamos.

—Si. —mire los sobres dorados y volví mi vista hacia ese grupo que me miraba esperando mi respuesta—, sé que trabajaremos nuevamente juntos los cuatro, sé que volveremos a estar aquí, a tu lado.

—¿Entonces? —su pregunta sabía que tenía que ver con el trabajo que había hecho. Quería saber si había dejado una marca en mí. Sonreí y negué.

—Uno de nosotros tendrá que llamar para pedir la cena, no podemos seguir follando sin alimento ¿No crees?

Las risas se hicieron estentóreas, Andrés se acercó a mí en dos zancadas.

—Tú no te preocupes por eso, ya te daré yo de comer….

Y lo hizo, me tomo entre sus manos y de un giro me puso de cabeza ofreciendo su polla a mi boca.

—Come Ivanna, come…

Y comí… aceptando con esto lo que todos sabíamos.

De alguna manera. Él era la guía y la pasión que necesitábamos. No éramos frígidas pero con ese demonio podíamos sacar lo mejor, la parte humana, esa que nos hacia personas y se olvidaba de la diva.

Ailin Skye

No hay comentarios:

Publicar un comentario